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Este pequeño cuento es un regalo para aquellos docentes que se esfuerzan por compartir con sus estudiantes mucho más que contenidos académicos.
Había una vez una cuña de madera. Cuña trabajaba duro todos los días debajo de la pata de una mesa y era feliz haciendo su trabajo. Desde el primer día sentía que encajaba perfectamente, que ese era su sitio. Una noche, durante una cena de gala, un tenedor cayó al suelo. Enseguida se produjo un flechazo y Cuña y Tenedor se enamoraron perdidamente. Después de unas pocas citas decidieron contraer matrimonio y el primer hijo no tardó en llegar, un simpático sacacorchos.
Cuando Sacacorchos tuvo la edad suficiente, su madre quiso que se hiciese cargo del negocio familiar así que lo puso a trabajar con ella en la pata de la mesa. La verdad es que, cuando Sacacorchos sustituía a su madre la mesa no se movía y el trabajo se hacía de manera correcta, sin embargo el chico no podía evitar sentir que ese no era su sitio. Algo en su interior le decía que estaba hecho para otra cosa.
Un día su padre le quiso enseñar donde trabajaba y le subió a la mesa. En un momento de despiste alguien lo cogió y lo utilizó para abrir una botella de vino. Su padre se quedó horrorizado y ya de vuelta a casa hubo reunión familiar. Sus padres le advirtieron .
– No te mezcles con las botellas Corchi. Son unas caprichosas y es imposible trabajar con ellas. Todas las veces que tu madre y yo hemos intentado abrir una ha resultado un completo desastre.
Sacacorchos sin embargo no compartía esa opinión sobre las botellas con sus padres. De hecho, se había encontrado mucho más a gusto encima de la mesa sacando corchos que debajo de la pata impidiendo que la mesa se moviese. Para él descorchar suponía un reto, sin embargo sentía que tenía control sobre la situación. Mientras abría botellas de vino se sentía vivo, fluía.
A pesar de que habían visto a Sacacorchos felíz después de la experiencia, sus padres no pudieron evitar sentir miedo. Si ellos no podían abrir botellas, ¿Cómo iba a hacerlo su hijo?…Le pidieron que se alejara de las botellas y que se dedicara a mantener el negocio familiar puesto que no había nada más importante que eso. Sacacorchos era muy bueno. Antepuso la tranquilidad de sus padres a su propia felicidad y volvió a la pata de la mesa.
El negocio familiar no iba muy bien. A veces a Sacacorchos le costaba mucho hacer que la mesa no se tambalease. Uno de esos días en que la mesa se movió, algo cayó de lo alto. No era lo habitual, un familiar de su padre o algo de comida. Esta vez era algo que Sacacorchos no había visto nunca antes. Se trataba de una bellísima pluma blanca con algo de tinta en la nariz. Enseguida la recogieron y la subieron de nuevo a lo alto de la mesa. Sacacorchos estuvo días sin pegar ojo pensando en Pluma. Cuando reunió el valor necesario subió a la mesa para hablar con ella. Al llegar a lo alto Sacacorchos se quedó pasmado. Era la primera vez que veía algo tan bello. Pluma bailaba sobre un papel dibujando preciosas letras con la tinta de su nariz. En un momento en el que posaron a Pluma en el tintero Sacacorchos aprovechó para acercarse y tuvo ocasión de conocerla. Enseguida se gustaron y empezaron a salir. Al cabo de un tiempo nació su primera hija, Novela.
La abuela Cuña era feliz. Novela encajaría perfectamente debajo de la pata de la mesa y haría que el negocio prosperase. Pero Sacacorchos había aprendido la lección. No quería que su hija se pasase el resto de su vida haciendo algo que no le hacía feliz, algo para lo que no estaba hecha. Habló con Pluma y ambos estuvieron de acuerdo. Cuándo novela estuviese preparada la subirían a la mesa.
El tiempo pasó volando y Novela creció feliz rodeada de su familia. Antes de que se diesen cuenta llegó el momento. Ese día Sacacorchos entendió porque sus padres le habían pedido que no se fuese. Él y Pluma tenían miedo por Novela. No querían que le pasase nada, pero persuadirla para que se quedase con ellos sería un acto egoísta que, más que buscar la felicidad de su hija, trataba de evitar el sufrimiento propio. Tenían que hacer lo correcto.
Subieron a su hija a la mesa y se despidieron de ella entre lágrimas. Al poco tiempo alguien cogió a Novela y se puso a leerla. Nunca volvió a ver a sus padres aunque siempre supo, en el fondo de su corazón, que ellos estarían orgullosos de ella y se alegrarían de que hubiese encontrado su camino. Novela fue muy feliz compartiendo su vida con miles de personas y a su primer hijo, un pequeño cuento, le llamó Sacacorchos.
Fin.
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